sábado, 28 de noviembre de 2015

CARTA A MI PADRE

Estaba en la ducha y una sucesión de pensamientos encadenados me llevo a recordar una frase que un día me dijo mi padre cuando por la mañana bajamos para ir, él al trabajo, y yo al cole. Se me quedó marcada. Le dije que era un rollo ir al cole, que preferiría ir a trabajar como él. Mi padre me contestó: "Cuando seas mayor y trabajes te acordarás de este día y pensarás que estabas mucho mejor yendo al cole..." Me lo dijo, me imagino, sin demasiada intención, pero yo me la tomé como una gran frase, una sentencia lapidaría dictada por un sabio. Así veía yo, con mis ocho años, a mi padre: como un gran sabio que me solucionaba cualquier duda. (Por cierto, a día de hoy, después de más de veinte años trabajando no cambiaría el trabajo por volver al mundo de las lecciones y los examenes ni loco). El caso es que he empezado a pensar en mi padre, a recordar vivencias... Y me he dado cuenta de que ya va siendo hora de que le de las gracias por todo lo que se ha sacrificado por nosotros (no puede resultar nada fácil ser padre de cinco salvajes). Traté de buscar en mi cabecita cual era el primer recuerdo que tengo de él, y juraría que es en Oviedo, en un colegio con aulas prefabricadas ubicado en una ensenada, a un nivel más bajo que las calles, mi padre me mira desde el Seat 124 mientras yo bajo corriendo la pendiente para ir a clase y creo (no estoy muy seguro) que me tropiezo y me caigo. Es un recuerdo bastante vago, muy poco nítido. Calculo que puedo andar entre los cuatro y cinco años. En mi siguiente recuerdo lo veo  fibroso y moreno (visto con mis ojos de niño tenía un cuerpo sumamente atlético, de musculatura muy definida) con pantalones acampanados y desnudo de cintura para arriba pegándole patadas a un balón en un prado que juraría era en Santamaría del Naranco. "La Ramona pechugona se ha fugado con el hijo del carteroooooo...Ramooooonaaaa te quieeeeroooo..." cantábamos a voz en grito mientras me bañaba y me aconsejaba que al lavarme la cabeza aprovechase a dejar que el pelo  me limpiase de paso también las uñas. Y para dormir las siestas el cuento de los siete cabritillos y mamá cabrita que volvía muerta de frío de hacer la compra...  Otro recuerdo ancestral me lleva a una oficina a medias de desmontar, una moqueta marrón, y él que traza una raya en el suelo y nos anima a jugar a lanzar una moneda desde un punto determinado y ver quién es el que consigue dejar las veinticinco pesetas más cerca de la línea pintada en el suelo (esto ocurría en Madrid, alrededor de 1978 en el desmantelamiento de Eurotecnia). Luego nos venimos a Burgos. Aquí los recuerdos son ya totalmente claros: el hostiazo que me metió cuando me pilló sentado en un taburete alto de madera en el Arribas viendo como Don Luis jugaba  a la tragaperras (desde ese día no puedo soportar ni siquiera la musiquilla de esas putas máquinas). La carrera que se pegó detrás de Mauri y de mi al ver que habíamos reventado las almohadas, con derrapaje mortal al final del pasillo. Las visitas de los domingos por la mañana al rastro de la Flora (en una de ellas me compró en cinta casette el "Thriller" de Michael Jackson). Los bailoteos (rodeados por las caras de asombro y simpatía de sus compañeras de Recaudación) en las berbenas de los San Pedros hasta lo que para mi eran "altas horas de la mañana". Algún madrugon de domingo para primero ir a coger setas, y luego descubrir lo riquísimo que está un porrón de cerveza con limón. Las excelentes caricaturas de Summers detrás de la librería. Su gigantesca metedura de pata cuando me llama al telefonillo, me manda asomar a la ventana, lo veo montado en la bicicleta de mis sueños, me dice que baje, me la deja montar y cuando le doy una vuelta a la manzana va y me dice que no es para mi, que es de un amigo suyo y que se la va a guardar unos días en el sótano (¡eso a un niño de ocho años que monta por primera vez en una Orbea Furia...! si no cometí el parricidio ahí, ya no lo cometo ni discutiendo de política).
Luego vino una época dura, primero el paro y después otra vez a trabajar como un burro,(había que dar de comer a siete bocas y vestir a otros tantos cuerpos) y aunque siempre me dio todo lo que tenía, hubo una cosa que no: tiempo. Eso no. No lo tenía. Y quizás fue esa falta de tiempo o las leyes que marca la Vida que así, tras trece o catorce años de complicidad, en los que él era mi héroe, mi referente, el que todo lo sabía, años en los que sus principios eran los únicos que yo admitía como posibles, entonces empezó una etapa de distanciamiento, acrecentado por la sempiterna lucha generacional, y el histórico enfrentamiento hijo-padre de la edad púber. Las diferencias fueron aumentado con el tiempo por el antagonismo que iban tomando mis ideas frente a las suyas. Primero fue la política, la religión... luego cualquier excusa era valida para desentonar: la metafísica, la economía, o la sexualidad de los ángeles...
En esas andábamos ya cuando mi madre decide morirse y dejarnos noqueados a todos. Cojos, ciegos y sordomudos. ¡Se acentúa aún más la distancia!. Ni siquiera coincidimos en los recuerdos que tenemos de ella.
Hasta llegar a día de hoy a una divergencia total en el más básico planteamiento de como afrontar el mundo y el existir. Somos dos seres completamente diferentes e incluso opuestos en multitud de ocasiones (y no deja de resultar curioso que físicamente seamos muy, pero que muy parecidos), chocando inevitablemente cada vez que afrontamos un tema que no sea banal. Ni tan siquiera utilizamos el mismo lenguaje.  La comunicación a veces resulta pues imposible. No es culpa suya. No es culpa mía: es solo que vibramos en planos diferentes.
Dándole vueltas llego a la conclusión de que esto es así y que es impepinable. No se puede cambiar. Va a ser así  per secula seculorum. Y juraría que según mi percepción de la Vida vaya cambiando, este agujero entre los dos se va a ir haciendo cada vez más y más profundo. Vale, no pasa nada. Somos seres antagónicos con  distintas prioridades y planteamientos vitales diferentes. No es mejor ni peor el de uno que el del otro. No esta (ni va a estar) más en lo cierto él que yo, ni yo que él. Nuestras ideas fundamentales  son casi contrarias. Nos mueven motivaciones distintas. Es lo que hay. Que más da...
Y es en este momento cuando decido que esto va a pasar de ser una entrada en mi blog a ser una carta a mi padre. Una carta pública, (no demasiado pública, porque este blog ya no lo lee ni Rita) y aunque él no lo entienda y hasta puede que lo interprete todo al revés (ya que como digo utilizamos idiomas de galaxias diferentes) es mi manera de darle las gracias por su amor durante toda mi vida.
Vidal, nunca he necesitado tener un hijo para darme cuenta de lo muchísimo que me quieres. Eso lo percibe hasta el más burro. Pero si he necesitado este montón de años para aceptar que no por ser padre e hijo tenemos porque congeniar ni pensar de forma parecida.
Es hora de que te perdone (por todos tus errores) y de que te pida perdón (por todos los míos). Asi que por la presente: papá te perdono y te pido perdón.
Tus coordenadas maestras  (y tu gps mental) llevan más de setenta años imperturbables, talladas en piedra y te jactas de ello. Yo sin embargo estoy orgulloso de haber vuelto completamente loca a mi brújula con tanto cambio de posición hasta hacerla olvidar donde esta el Norte. Entendemos la Vida de maneras muy distintas. Solo es eso. Y nos debemos autorizar, cada uno a si mismo, a que sea así..
Pues eso Pipín, hijo mio, ¿qué te creías que me había olvidado de todo lo vivido?, ¿qué no te valoro como padre o como cocinero de patatas fritas?... No, lo que pasa es  que no puedo evitar ser tan critico con las personas a las que quiero (el que un tipo cualquiera me trate de argumentar algo que yo entiendo como completamente erróneo me puede resultar divertido, porque no tengo nada personal con él, ningún interés en su vida. Allá él. Pero si ese alguien me importa, entonces es cuando entro a juzgar -y la cago-).
No puedo tener un padre mejor del que tengo, aunque la mayor parte del tiempo no nos entendamos.
Ah, y por cierto: no hace falta contestación, ya me has contestado con creces, aguantándome y queriéndome incondicionalmente durante estos cuarenta y cuatro años.
¡Te quiero Papi !.

1 comentario:

Pandora dijo...

Un carta preciosa, yo votaría porque se la dejaran los reyes en el árbol.
Un beso.