viernes, 1 de abril de 2016

DOS HORAS SECUESTRADO.

De locos. ¡Y que difícil de explicar...!
El caso es que el pasado sábado, que hacía un día casi de verano, estábamos en Santander tomando algo con unos amigos en una terraza en el Paseo de Pereda cuando el tiempo empezó a torcerse y de golpe y porrazo empezo a caer agua que parecía que la tirasen a cubos. Como nosotros habíamos bajado, desde el Sardinero, en autobús y en el coche de ellos no entrabamos todos,  les dije que, por favor, acercasen a Vicky y a Bruno hasta casa y que yo cogía el autobús.
La parada de autobús estaba a unos treinta metros de donde nos despedimos. "Ahora enseguida nos vemos en casa. Os quiero." Eran poco menos de las ocho y media de la tarde. Del Paseo Pereda al Sardinero hay como mucho diez o doce minutos en autobús; caminando lleva menos de media hora.
Eché a andar hacía la parada. El día estaba feucho, feucho. Caía agua a mares y se había oscurecido hasta hacerse casi de noche.
De pronto, zas: a mi izquierda, arriba de una escalinata la vi: la Iglesia de San Anton. No es que sea excesivamente bonita, un estilo colonial sencillito, pero no sé porque sentí la imperiosa necesidad de subir los dos tramos de escaleras y entrar al templo. "Bueno, me recojo un par de minutos, rezo algo a mi manera, y salgo enseguida" pensé.
Entro en la iglesia. Está a medio iluminar, tiene cierto encanto. Cuando estoy mirando la enorme lámpara central, un monje que estaba preparando el altar, me dice:
- Coge una vela si quieres.
Miro y veo que en una aparador a la entrada hay un montón de velitas preparadas para que los fieles las vayan cogiendo según van entrando.
No hay más de diez personas en la Iglesia. El monje comenta algo acerca de que en un rato, cuando empiece la  Eucaristia, utilizaremos la velita para el rito de la luz. Siento curiosidad y decido esperar un rato a ver de que va el rollo. Poco a poco va llegando gente hasta casi no quedar un sitio vacio y aún así nadie se sienta en mi banco, salvo una chica con pinta de tarada. Apagan todas las luces. La iglesia queda a oscuras.
A nuestras espaldas el cura oficiante lee un texto relativo a la luz y después enciende un cirio gigantesco, avanza con paso lento por el pasillo central encendiendo las velitas de los fieles que estamos en los extremos de los bancos para que nosotros luego compartamos la llama con los otros. La Misa a pesar de ser una Misa, resulta bastante entretenida, la ofician un par de sacerdotes y el monje les ayuda haciendo comentarios informales, lo que hace que se haga más amena. Se canta mucho y en un momento dado, bendicen el agua y de nuevo se pasea el sacerdote entre los fieles bendiciéndonos con el hisopo. La cosa se va alargando. Miro el reloj de reojo, pasan ya de las nueve y media de la noche, ¡hace una hora que me despedí para coger el autobús!, madre mía, esto no tiene pinta de r a terminar todavía y como no llevo teléfono -jamás lo he tenido- no puedo avisar de que llegaré tarde. Por otra parte, la celebración está resultando entretenida y ya que estoy, no me querría ir sin comulgar, además de que me daría vergüenza salirme a mitad de Misa....
Resultado: cuando salgo de la iglesia y  bajo otra vez por la escalinata son exactamente las 22,22 hrs y sigue cayendo agua sin parar.
Cruzo a la parada del autobús y un matrimonio de San Sebastian  me preguntan si sé hasta que hora hay servicio, porque ellos llevan allí más de quince minutos esperando... ¡No me mates, solo me faltaba tener que ir andando a casa con la que está cayendo, y a estas horas! Gracias a Dios, justo en ese momento llega el autobús.
Cuando llamo al timbre me abre la suegra y me encuentra con la velita en la mano y la cazadora empapada. Son las 22.35, llevan esperándome más de dos horas. Y ahí es cuando me toca explicarles que vengo de Misa, yo que no solo no es que no sea un meapilas, sino que además hace más de cuatro años que no pisaba una. ¡Y encima que me he chupao una misa de casi dos horas! y en Sábado Santo, cuando por lo visto en Semana Santa no hay Misa hasta el Domingo que es cuando resucita el Señor.
Pues ahí me tienes a mí...: sujetando la velita con cara de alelado mientras mi mujer me mira como para matarme, mi suegro trata de calmar los ánimos -pero yo noto que no se lo acaba de creer-, mi cuñada se descojona,  y mi suegra me amenaza con que me va a comprar un teléfono y que lo voy a llevar encima a partir de ese día, sí o sí.
Mi mujer la pobre, tuvo el estómago revuelto hasta el día siguiente. "Yo qué sé... como voy a pensar que te ha dado por entrar a Misa. Pensé si te habrías liado con alguien, pero ¿con quién te vas a liar aquí? además de haberte encontrado a un amiguete le hubieras mandado llamarme para avisar... ¡Cómo no te hubieses patinado y caído al mar o te hubieran secuestrado, ya me dirás tú...!"
Pues nada. Cosas que me pasan y que a pesar de ser tan de "Mr. Bean" me encanta vivirlas.


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