LA SUERTE ES PERRA (Y A TI TE ENCANTA MAULLAR).

Ya una vez escribí sobre ti. Nos saludábamos a diario, pero dejaste la calle y dejé de verte. La última vez que nos tropezamos estabas fenomenal, habías dejado el alcohol, tenías un aspecto estupendo y mantenías ese optimismo innato y esa elegancia tan tuya. Las cosas te empezaban a salir.
No me había vuelto a acordar de ti hasta hace pocos días, al llegar el invierno de golpe, recordé el frío que chupaste hará ahora cosa de un año (te comiste los meses más duros de la Burgatti). Y cosas de la vida, hoy por puritita casualidad, en un bar al que nunca hubiera entrado si no es por la insistencia de mi cuñado, te he vuelto a ver.  Me he alegrado un montón y me ha encantado recibir ese abrazo sincero, pero apenas mirarte he notado que las cosas se te habían vuelto a torcer.
"Pues mal Rodrigo, mal. ¿Qué quieres que te diga?, ¿o es que hay que mentir?..."    Ya no me dejaste lugar para las dudas.
Intenté defenderme de la evidencia interponiendo entre nosotros sendas copas de vino, pero no funcionó. Me contaste muchas medias verdades. Y de las otras mitades, de las que no contaste, he sacado en conclusión, que estás jodido, que el que era tu compañero de piso te ha debido echar por líos amorosos, que malgastas lo poco que te pagan de pensión y que estás a un paso de volver a la calle. "Es que no tengo suerte Rodrigo, no tengo suerte". Me has reconocido que igual tampoco tú la ayudas demasiado, pero sea como fuere me ha dado una pena horrible, porque aunque haya hecho todo lo posible por disimularlo, te he visto abajo, muy abajo, más incluso que cuando te conocí. Y no te imaginas cuanto lo siento. Ojalá la suerte vuelva a caminar a tu lado aunque tú te empeñes en llevar siempre el paso cambiado.