
Suspiró y se levantó. El frío era intenso, húmedo. Puso a calentar el café. Se echo por encima un enorme y
raído chaquetón y salió fuera a enfrentarse al día con sus últimas ganas. El mar se agitaba furioso. La soledad se planto
desafiante delante mismo de su cara. Se
sintió terriblemente viejo y cansado. No tenía fuerzas para huir de ella, hoy no asistiría al centro
cívico. No aguantaría el tono
paternalista y los aires de superioridad de la
monitora de
tai chi. Acudía sólo en busca de un poco de compañía. No iría después a la frutería a comprar manzanas. El jamás comía fruta, le metía el
frió en el cuerpo. La compraba por mantener un rato de
cháchara con el
marroquí salao que despachaba y que estaba siempre dispuesto a contarle sus penas a cualquiera que lo escucharse, incluso a un viejo inútil como él. Hoy no tenía ya las mínimas energías necesarias para fingir. Descolgó el teléfono y escucho la voz enlatada "...le informa que no tiene mensajes". Miró nuevamente fuera: el mar oscuro y enfadado y unas nubes cenizas colgando a un par de palmos por encima. Bebió el café. Busco su libro preferido. No había nadie que describiese tan bien el alma humana como
Hemingway.
Tuvo la seguridad que no fumaría más, asi que encendió el pitillo con parsimonia. Se sentó a leer. Sabía que nuevamente sería derrotado por el pez espada. Pero está vez sería la última. Tampoco hoy terminó la novela...
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2 comentarios:
Santiago salió a pescar nuevamente como siempre...Y pasaron los años, y todos los días el viejo se enfrenta al mar.No podemos perder la esperanza.
genial
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