Con dieciocho o diecinueve años mi padre me invitó a asistir a una. La localidad era casi de barrera, la tarde estaba preciosa y el ambiente tremendo. Aún con esas, no aguante más allá del primero de la tarde. Ver el surtidor de sangre que le brotaba de la chepa cada vez que le ponían unas banderillas o al picarle, no fue nada al lado de verlo vomitar sangre y escuchar sus agónicos mugidos, tras la estocada final. Fueron unos instantes eternos que no creo que llegue nunca a olvidar. Desde ese día detesto los toros a la vez que irremediablemente me siento atraído por todo lo que los rodea.
Algo parecido me ocurre con los Sanfermines (aunque en este caso, no he tenido la ocasión de presenciar un encierro en persona no creo que fuese aunque tuviera la oportunidad). Detesto las aglomeraciones, la suciedad de las calles llenas de cachis vacíos, las plazas y parques atestados de borrachos durmiendo la mona. No me gusta ver como chavalillos a medio hacer, agarran y golpean cobardemente a los toros por detrás mientras otros mozos se juegan la vida a menos de un palmo de las astas -corriendo como Dios manda-, no logro entender las razones que arrastran a gente inexperta y sin suficiente capacidad física (y muchas veces tampoco síquica) a jugarse la vida, o en el mejor de los casos unas cuantas contusiones corriendo rodeadas de otras dos mil y pico personas...
Pero a pesar de los pesares, algo en los Sanfermines me llama irremediablemente. El pasado Abril estuve en Pamplona y recorrí andando los famosísimos 800 metros (Cuesta Santo Domingo, Estafeta, Telefónica...) pero como todo en esta vida parece más grande en la televisión... Esta semana como cada año por estas fechas no podré dejar de disfrutar poniendo la tele, a menos diez para ver los cánticos al Santo y después a las ocho en punto con el corazón espectante y los ojos como platos, tratar de desenmarañar el misterio.
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1 comentario:
incomprensible, sugerente...
¿y qué pensará un toro de todo esto?, apacible descansa hasta que son azuzados hacia una maraña enloquecida y furiosa de extraños, en el camino cornean asustados para llegar a una plaza donde espera una ovación. Nosense.
Qué parecidos somos...
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