Me llamó la atención nada más llegar.
Se recogía la melena rizada atándola en una coleta, -que parecía un surtidor-, en lo alto de la cabeza. Si su peinado no era muy común, tampoco lo eran sus collares de dientes de tiburón. Quizás fueron los colgantes y la cabellera lo que me recordo a uno de esos maories de las películas.
Me habían asignado una cama en el "box 6" y él estaba trasteando en el "box 7", a unos doce metros de donde yo estaba tumbado. Llevaba el uniforme verde y los zuecos blancos típicos de los auxiliares de enfermería. Eran en torno a las seis de la tarde y se quedó hasta las doce de la noche que acababa su turno. ¡Estuve aprendiendo durante seis horas seguidas!.En todo ese tiempo casi no le quité ojo. El en cambio ni se percató de mi presencia. No se sabía observado, actuaba con total naturalidad, no trataba de agradar o impresionar a ningún posible público. Por lo que su comportamiento tuvo aún más valor (el valor de lo autentico, de lo natural).
Se movía todo el rato, no paraba quieto. Iba de cama en cama hablándoles a las viejecitas a la vez que les cambiaba los pañales o las incorporaba en la cama. Las tuteaba a todas.
- "Gloria, ¿qué quieres de cenar? Tienes dos opciones: hay pollo y puré de puerros, o puré de patatas y después puré de zanahoria. Mucho puré me parece a mi, ¿no?. ¿Te gusta el pollo Gloria...?. Yo que tú pedía pollo. Esta muy rico."
Gloria apenas se enteraba de lo que le contaba el muchacho de los collares, pero hasta que no le entendió, él no cejo en su empeño. Al final Gloria se decidió por el pollo. Y el maorí le acerco la bandeja a la cama, le subió el camisón para taparle el hombro desnudo y le ahueco la almohada detrás de los riñones. Después le dio de cenar con infinita paciencia.
Durante ese rato le contó su vida. Se la contó de tú a tú, sin condescendencia. Dándole a Gloria el mismo valor como confidente que si hubiese estado con uno de sus amigos en una cervecería.
- "Hala Gloria, come, come, que el miércoles ya...: ¡a tomar por culo!".
Esa manera poco "ortodoxa" de hablar también me chocó. Huelga decir que en Burgos eso sería impensable -bueno, la verdad es que seguro que tampoco le permitirían llevar los dientes de tiburón asomando por la chaquetilla verde-.
- "¿...Qué me van a dar el alta...?" Contestó Gloria en un ataque repentino de lucidez.
- "No que va reina, que me mandan a mí a la puta calle. Que se me acaba el trabajo. Que ya han echado a unos cuantos compañeros por eso de los recortes y yo termino el miércoles... Te voy a echar de menos. Hala, hala, come otro poquito de pollo...".
Terminó de darle la cena y siguió de cama en cama, atendiendo a "sus chicas". Parecía que en vez de estar rodeado de viejitas, se moviese en el "backstage" de un concurso de mises.
Desde la penumbra de mi cama no podía creer lo que estaba viendo, y por si todavía no me había conquistado lo suficiente, el "melenas alternativo" comenzó a bajar las baldas que había a los pies de cada cama, (me imagino que sirven para apoyar durante el día los informes médicos y los medicamentos).
Ver al maorí plegar esas bandejas fue algo hermoso. No lo puedo definir de otra forma, aún a riesgo de resultar cursi. Cualquiera (al menos yo) las hubiese plegado sin más, con cierta prisa y "eficiencia" para terminar cuanto antes. El, sin embargo, bajaba cada bandeja con sumo cuidado, despacito, para no molestar a las adormiladas inquilinas de las camas.
Esas señoras estaban todas más "pallá" que "pacá", ¿qué mas daría un pequeño golpe a los pies de sus camas?... Pues se ve que a él no le daba igual...
En ese simple gesto había implícito un enorme acto de amor. Un acto de amor hacía las enfermas y un acto de amor hacía ese trabajo que tres días más tarde iba a perder.
No sé cómo se llama, pero el último maorí vive en Madrid y hasta hace nada trabajaba en el Gregorio Marañon (y seguro que hoy por hoy, las noches son un poco más duras de llevar en el "box 7").
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