viernes, 26 de junio de 2020

CIELOS GRISES.

Llueve. A ratos es casi un diluvio. Caen rayos y truenos. La temperatura es agradable y los colores intensos. Percibes los olores a tierra recién mojada y a pinar en verano. Continuas sin dudar. No paras. Adelante, siempre hacia adelante. No piensas. No piensas para no dudar, porque sabes que no tienes ni una sola certeza. Y si la tuvieses no habría manera de trasladarla desde el mundo de las ideas al mundo del papel y la tinta. Hace ya mil años que dejaste de creer en los mapas y hoy en día ni siquiera los planos del Colegio de Aparejadores te aportan un mínimo dato creible.
Levantas la vista y ves un relampago marcar la frontera entre el espacio destinado a las copas de los pinos con el lugar creado para albergar a los más negros nubarrrones.
La tormenta tiene un poder absoluto sobre tus piernas y sientes que el suelo tira más y más de tu centro de gravedad. Sabes que eres parte y todo, anfitrión e invitado. Y esa constancia te hace volver la cabeza hacia atrás y mirarle al miedo a los ojos. Se refleja tu temor sobre un fondo aterciopelado de nostalgia.
No son los recuerdos lo que más te acobarda, tampoco te engañas pensando que sea el futuro quién más te empuje hacía adelante.
Cesa el murmullo y se desmorona el instante. Respiras. Cedes. Vuelves a respirar y justo entonces la magia se suicida saltando alocadamente a un vacio inexistente.

1 comentario:

calmaleón dijo...

Mi gran maestro (Sabina) no el bueno , hablo siempre de su nube negra , lo tubo en dique seco una temporada, sin componer, sin actuar ... pero he de recordarte que por mucho que yo te llevara la contraria y dijera que el agua hacía barro, siempre te gustaron las tormentas, disfruta esta derivará árboles y hará crecer cosas. Un abrazo Gorrión