sábado, 7 de abril de 2018

HACE YA UN AÑO.




Un día como el de ayer, pero de hace ya un año, estaba yo en el Albergue de Roncesvalles, para empezar al día siguiente mi segundo Camino de Santiago. Expectante y con esa excitación propia de todo lo que supone cierto grado de aventura que con tan solo sumarle al día a día un poco de novedad y de abandono de la rutina ya lo logramos.

Tenía un problema: era ya de noche, tenía que llamara a Brunete para contarle el cuento (como hago todas las noches y como le había prometido al despedirme de él) y resulta que el puñetero teléfono no se encendía... No tengo, ni he tenido nunca, móvil y era la primera vez que lo iba a utilizar asi que me encontraba completamente perdido. Pedí ayuda a una chica brasileña que pasaba justo a mi lado y ella paró a un barbudo feo (también brasileño o quizás portuñol). El abrió el móvil (yo no sabia que eso se podía hacer) sacó y volvió a meter la batería y yo puede encender el teléfono y hablar con Brunete. ¡Salvado!

Al día siguiente (tal día como hoy) empecé a caminar de Roncesvalles a Santiago, me dolía un poco la pierna más por el miedo escénico que por otra cosa, creo. El día estaba fresquito, el paisaje precioso. Al poco de salir del albergue me adelantó pizpireta y rápida una chavalita muy mona, con su coleta, su chaqueta roja y sus orejeras (flipé con lo de las orejeras, me pareció el no va más de la equipación innecesaria).


A partir de ese día estuve tropezándome con ellos durante más de quince días casi de continuo. Esas dos personas tienen desde entonces (y me atrevería a jurar que tendrán siempre) un sitio en mi corazón, un lugar privilegiado en mi almacén de los recuerdos bonitos. Asi que HOY quiero mandarles a esa dos personas tan INCREIBLES y BONITAS un enorme abrazo.


Y ya saben ustedes, portuñoles, si un día pasan por Burgos....: ¡cafelito!

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