
Ya no puedo llegar a ser jugador de la primera plantilla del
Barça ni del Real Madrid. No puedo, seguro, ser un niño prodigio. Ni ser piloto de Iberia. No puedo presentarme a las oposiciones de (y por lo tanto no puedo llegar a ser) bombero o
policía, por poner sólo un par de ejemplos de pruebas a las que ya no puedo acceder. No puedo perder mi virginidad con una profesora de biología. Tampoco puedo llegar a medir un metro noventa y tres
centímetros. No puedo asistir a un concierto de los
Beatles o a uno de los
Tokio Hotel sino es llevando a mi sobrina. No puedo ser astronauta. No puedo esperar al
ratoncito Pérez. No puedo ser el piloto oficial de
Ferrari en el mundial de F-1. No puedo fumarme un cigarro con mi madre.
Pero ojo:...
podría llegar a ser ganador de
Eurovisión. Puedo aprender japonés.
Podria también (hablamos siempre en improbables,
utópicos e
hipotéticos casos -como
decía el
Bucéfalo en las clases de
filosofía en el Liceo-) escribir una gran novela que se traduzca a
veintitrés idiomas. Puedo sacarme el carne de conductor de
mercancías peligrosas. Puedo tener la suerte de tomarme un café con Julio Iglesias. Puedo presentar un telediario. Puedo inventar algo
útil. Puedo ser ministro (tal y como esta el patio casi ni se notaría). Puedo ganar la
lotería de Navidad. Puedo perder la chaveta. Puedo incluso coronar el
Everest.
Ya no. Todavía si.
Que cosas... ¿no?.
.
2 comentarios:
Toda esta retahíla porque no viste ayer a Sanchez Dragó. Su mujer tiene 38 años y comenta el escritor que aunque podría ser su abuelo, echa mano a una botica de origen natural y revitalizante para estimular su vigor sexual -entre otras cosas-
Ella no lo sé, pero él parecía encantado.
Eso supone el paso del tiempo, dejar la posibilidad de ser algo para mantener firme la posibilidad de seguir siéndolo.
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