Ayer a medio día viví una de estas bonitas "casualidades" con las que nos deleita la Vida. Habíamos ido a picar algo y al volver a casa, llevando a rastras la bici, con Vicky a un lado y Bruno al otro, pasamos frente al kebap. Generalmente siempre paso rápido y sin mirar porque no puedo con el olor requemado que sale de ahí. Pues aún así, estando pendiente de llevar la bici y con una persona a cada lado, de golpe y porrazo una cara me ha llamado la atención y sin darme mucha cuenta le he gritado desde fuera:
-¡Bolívar! Tú eres Bolívar, ¿no?...
Acto seguido entré al local, me puse frente a su mesa en cuclillas y le dije:
- Eres el oftalmólogo brasileño, ¿no?
El sonreía, creo que más que nada porque no sabía qué otra cosa hacer. Estaba alucinando en colores.
- Eres un buen peregrino, adoras el chocolate y te has hecho el Camino unas cuantas veces ya, ¿eh?
Seguía sonriendo pero se le notaba tenso, con cierto temor me preguntó: "¿¡Quién eres...?!"
- Soy un mago. Puedo leer en los ojos de la gente ....-su cara era un poema-. No hombre, no... Coincidimos en el Camino de Santiago hace unos años, en abril del 2.009, ¿no te acuerdas?. Creo que fue en Pamplona y anduvimos unos pocos días juntos, bastante antes de Logroño ya nos despistamos...
No se acordaba. Estaba sorprendidísimo, pero la que realmente flipó fue Vicky: "Con tu mala memoria y tu monumental despiste ¿como has podido reconocerlo después de 7 años, viéndole de reojo y encima para más coña, acordarte de su nombre?... ¡Es increíble!"
El caso es que él había llegado a Burgos en autobús esa mañana y había parado solo un momento a comer, porque quería coger otro autobús hasta Castrojeriz. Le dije que si quería, mientras terminaba su comida (de algún modo hay que llamar a esa cosa que tenía entre las manos) yo cogía la llave del coche y le acompañaba a la consigna de la estación a recoger su mochila y luego lo acercaba hasta Castrojeriz.
Apenas si tengo unas treinta fotos del Camino, de ellas yo no salgo en más de cinco o seis. Llevaban tremadas en una estantería desde hace más de siete años y resulta que cuando subí a casa las encontré sin tener casi que buscarlas y para colmo en una de ellas (tal y como a mi me sonaba) saliamos posando Bolívar y yo en algún pueblo de Navarra.
Le baje la foto y un helado de chocolate y nos fuimos para Castrojeriz. Después de ver la foto, se fue acordando de nuestro encuentro durante el Camino y de unas cuantas divertidísimas anécdotas. En el viaje, escuchando a Julio Iglesias, nos reímos mucho y me volvió a hablar de la importancia de la meditación y de los beneficios de su práctica diaria, del awareness, de la plena atención, de la ecuanimidad, del chi-kun, de la importancia de no permitir que sea la mente la que rija nuestras Vidas... ¡y de otro montón de cosas!.
Es aquí cuando he de decir que Bolívar con sus 75 ó 76 años presume de tener la mente de un niño de 9 ó 10 años. Y es cierto: se está construyendo una casita -"muy funcional, pero en un lugar muy hermoso"- porque aún es joven. Dejó de trabajar a los 60 y se fue a vivir durante seis años a la India. Luego viajo por China y Japón y algún que otro sitio más. Para él "el Camino es un laboratorio donde poder sentir el momento presente".
Cuando me tropecé con él en el 2.009, no me cayó especialmente bien. No le entendía casi nada de lo que me hablaba, se lo rebatia todo y él sonreía y pasaba de mi (y de todo). Los pocos día que coincidimos caminado lo ví hacer varias veces unos extraños ejercicios energizantes a caballo entre el yoga, el chi kung y la gimnasia sueca. Lo vi comer con la boca medio abierta como si no hubiese mañana, disfrutando de cada bocado y lo vi preguntar por todo y reir, reir mucho. Se reía -y se sigue riendo- con cualquier excusa. Me insistía en que la Vida, el Universo o como cada cual quiera llamarlo, se encarga de proveer y que nada es bueno ni malo. En esto ultimo hacía muchísimo hincapié. "No juzgar, no juzgar". Si no me lo repitió cien veces, no me lo repitió ninguna. ¡Cuánto tiempo necesite yo para entender al peregrino brasileño! no fue hasta por lo menos uno o dos años después de terminar mi Camino cuando empecé a comprender todo lo que me había contado.
Recuerdo que un día me lo encontré caminando muerto de risa y feliz como un niño, porque un agricultor le había regalado una botella de vino. El solo no podía bebérsela, y pesaba mucho para llevarla, asi que el encontrarse conmigo -que por supuesto le ayude a acabar con ambos problemas sin ninguna pega- le pareció otro regalo de la Vida. Y apoyados en un murete de piedra, con unos pocos frutos secos nos pimplamos bien a gustito la botella.
En resumen: el amigo Bolívar fue de las dos o tres personas determinantes para mi en el Camino de Santiago, para Albert Espinosa sería uno de mis "amarillos", de esas persona que con poco tiempo influyen de una manera trascedental en tu planteamientos y en tu Vida en general. El problema que tuvo el pobre Bolívar fue que se enfrentaba a una mente sumamente racional, cuadriculada y manipuladora que necesitaba que la alimentaran y la entretuvieran a base de ideas muy bien estructuradas, sustentadas en muchas -muchísimas- palabras. El en cambio es de pocas palabras y de mente reposada. Por eso me costaba tanto entenderle.
Ayer me decía que quería que hiciésemos juntos un poco de Chi Kung al llegar a Castrojeriz, pero no pude porque eran ya casi las cinco y tenía que ir a trabajar (llegué a la oficina casi a las seis de la tarde) pero mereció la pena. El haber podido disfrutar, tanto tiempo después, otro ratito de sus enseñanzas fue un regalazo de esos con los que de vez te sorprende la Vida.
Una vez que ya llegamos al pueblo me dio su correo electrónico (en el Camino no habíamos intercambiado nuestros datos ya que tampoco contábamos con despistarnos y por tanto no habíamos tenido absolutamente ningún contacto desde abril del 2.009 hasta ayer), me insistió en que tengo que ir -junto a mi mujer y mi hijo- a visitarlo a Brasil.
Bolívar me ha dejado un par de pistas sobre las que investigar, un abrazo lleno de energía y vitalidad y el recuerdo de una preciosa conversación mientras atravesábamos los campos de Castilla con la banda sonora del gran Julito en una hermosísima tarde de finales de Septiembre.
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