Demasiada vegetación. Tanto árbol no nos deja ver el bosque.
Despistados.
Excitados por un exceso de estímulos externos.
Creemos saber hacia donde vamos. Y lo que es peor: creemos saber qué es lo que estamos buscando. Enredados entre marañas de publicidad.
Andamos hechos un lío.
Corriendo. Tropezando eternamente en certezas heredadas que son totalmente falsas.
Con un afán casi enfermizo por estrujar al máximo el tiempo, llenando nuestros días de actividades programadas, aniquilando así los instantes. Fusilamos los momentos buscando frenéticamente la felicidad. Mirando siempre de la ventana hacia afuera.
Nos volvemos locos tratando de realizarnos laboralmente, de sentirnos imprescindibles en nuestros trabajos. Nos volvemos locos intentando conseguir una economía desahogada, conducir un buen coche, comer en los restaurantes de moda.
Nos volvemos locos para sentirnos seguros, sabernos poderosos y lograr así el respeto de los que nos rodean.
Nos volvemos locos...
Y un día, así, de buenas a primeras, lo ves claro: amor y aceptación. No necesitamos nada más.
Desde que nacemos no buscamos otra cosa. Es el porqué de todos nuestros actos, de todos nuestros comportamientos (sean "buenos" o "malos", mejores o peores), de todos nuestros objetivos.
Da igual un bebé o un anciano, no buscamos otra cosa que no sea que nos quieran y que nos acepten. Amor y aceptación. Si puede ser incondicional mejor que mejor.
Y si visto lo visto, todos buscamos lo mismo, todos pretendemos únicamente que nos acepten como somos y que nos quieran, por qué nos liamos tanto y lo hacemos todo tan difícil...
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