jueves, 2 de febrero de 2012

CARLOS.

No sabría decir si Carlos es un sintecho, un indigente, un vagabundo... Porque creo haberle entendido (aunque no estoy del todo seguro) que tiene su propia casa. Pero quieras o no cuando piensas en un hombre que pide dinero en la calle te formas un estereotipo. Y él los rompe todos. Todos.
Lo conozco no hará mas de un mes y desde entonces nos echamos una parrafadita casi a diario y arreglamos el mundo o proclamamos de un plumazo campeón de Copa al Mirandés. No sé como empezamos a hablar y ahora somos amiguetes. No me atrevo a decir que somos amigos, porque no es cierto y porque seguramente ni me interese ni me atreva a ser su amigo. Es muchísimo más cómodo ser amiguete de un pobre (en un momento dado hasta puede resultar chic) que ser su amigo. Eso ya te implicaría involucrarte, ayudarlo, o , porque no, llevarlo a casa a cenar o a que se duchase. Y no. Ahí no llego. No me atrevo. O no me interesa (que no sé que es peor).
Pero lo que quiero no es juzgar mi hipocresía, es hablaros de él. A pesar de que su vestuario de lejos da un poco más el pego, cuando te acercas te das cuenta que necesitaría unas cuantas pasadas por la lavadora, pero por lo menos va bien abrigado con su gorro de lana y sus guantes. Tiene una barba un pelín descuidada ultimamente (hoy ya me ha dicho que él así no se hace fotos para el carné, que va a decirle al peluquero a ver si se la arregla y se lo cobra a plazos).
Pero lo más llamativo de Carlos es su forma de sonreír con la mirada. Regala una sonrisa a cualquiera que lo mira. Tiene unos ojos llenos de alegría y de vida, una mirada cargada de matices. Es muy educado y a la hora de hablar se expresa con mucha exactitud.
A saber, ha sido dependiente del Corte Inglés, camarero, obrero de la construcción y legionario y debe pintar al óleo bastante bien. Cuando habla de su vida, lo hace con total aceptación y no busca culpables ni se lamenta. Ahora está en esta situación y la vive, no se refugia en un pasado glorioso. Seguro, que como hacemos todos, me cuenta lo que quiere y omite lo que le interesa, pero eso a mi que me tiene que importar.
Recoge el dinero con total naturalidad, sin falso servilismo ni sentimiento de humillación y da las gracias no por formulismo sino de verdad (esas cosas se notan a la legua, la autenticidad destaca). Es probable que su vida haya sido difícil, pero salta a la vista que es un hombre bueno. Es todo un tipo Carlos.
No lleva en ese sitio ni dos meses y ya conoce y saluda a mucha más gente que yo, que vivo y trabajo (cara al público) desde hace más de diez años en esta zona. Y aquí es donde viene lo más grande de Carlos: consigue diariamente que (cuando le devuelven el saludo) al menos unas veinte o treinta personas sonrían con total sinceridad . Todo un logro en estos días de pesimismo contagioso. Y él lo hace gratis, sin interés alguno. Y yo desde aquí (aunque él nunca lo leerá) le quiero dar las gracias por nuestras charlas y sobre todo por hacerme sonreír desde el corazón un par de veces al día.

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